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Mi AMIGA MAGDALENA Una abuelita que el tiempo ha ido desgastando y convirtiendo en dependiente. Pequeña de estatura pero muy grande de corazón. Su alma ya enmudeció, cansada de sufrir , vuela libre como un colibrí buscando una rama en la que resguardarse del frío otoño. Se rompieron las cadenas de la vida, cerró sus ojos y su corazón dejó de latir, el sábado a las veinte horas. Ella, llevaba mucho tiempo diciendo que se quería morir. Iba de la residencia al hospital y volvía a la residencia con bastante asiduidad. Durante seis meses, las idas y venidas eran a menudo. Comía como un pajarillo porque su garganta se negaba a que la comida fuera al estómago desviándose a los pulmones. Tuvieron que aspirarla en varias ocasiones.
Había olvidado la manera de sonreír. Aunque a veces con alguna tontería que yo le decía echaba una carcajada. Los más de veinte años que estuve visitandola he aprendido mucho sobre las personas. Me regaló su tiempo y me ayudó a superar mi operación de corazón. Yo por aquél entonces tuve que dejar de trabajar y ella, hizo que me sintiera útil. Si pusiera en una balanza el bien que yo la hice a ella, o el bien que ella me hizo a mí, ganaría el bien que ella me hizo a mí al yo visitarla como voluntaria. Nunca la juzgué porque no soy juez. Tenía sus rarezas como las podamos tener cualquiera de nosotros.
He aprendido a valorar lo arisca que era y la soledad en la que ella estaba sumida. He aprendido a que hay muchas personas que le pueden querer a un@ por sus bienes. También a ver que hay personas que son bondadosas y dedican parte de su tiempo a hacer felices a otras. Me dio muchísimas lecciones con sus gracias. Darle un par de besos, se convertían en gracias. Hacerle un encargo eran gracias. Llevarle cuatro higos, cuatro castañas, eran las castañas mas agradecidas aunque yo sabía que irían a la basura. He aprendido cómo nos comportamos los seres humanos dependiendo de las circunstancias. Así año tras años, hasta que sus corazón dejó de latir.
El viernes fuimos a despedirnos de ella Juan, Victoria y yo. Yo así le dije: Magdalena hemos venido a despedirnos de usted. Ya se puede ir tranquila si así usted lo desea. Vaya tranquila y no se preocupe. El sábado me llamó su sobrino para decirme que había fallecido.
Sinceramente, yo no quiero estar tanto tiempo sufriendo. Tampoco quiero esto para los seres que amo. Cuando yo me ponga tan malita como Magdalena, quiero que me pongan una inyección y me dejen descansar tranquila. No sirve de nada alargar el sufrimiento de una persona. Tan sólo eso, que sufra sin ninguna necesidad. Me hace gracia, que algunas personas digan: lo que Dios quiera, está en sus manos. Cuando una persona enferma y no hay solución, nada más que sufrimiento sobre sufrimiento, si pensamos que realmente existe Dios, él dio permiso para que esa persona muera, pero la ciencia es quien alarga la vida y con ello el sufrimiento. Los lamentos por el dolor del cuerpo, son muy lastimeros y llegan al alma de quienes los sufren, pero también de las personas que las rodean.
Parecerá muy duro pero, el sábado sonreí cuando su sobrino me dijo que ya había descansado. El domingo anterior cuando fui a visitar a Magdalena a la residencia, salí llorando de la habitación porque vi que sufría y yo no podía hacer nada para calmar ese sufrimiento.
El sábado mi corazón se alegró sabiendo que ya había dejado de sufrir y que era eso lo que ella deseaba, descansar en paz.
Mi pequeño homenaje a esta abuela tan especial y tantas personas enfermas que aun no teniendo solución, la ciencia se empeña en alargar el sufrimiento.